Yo soy todo esto:

Mi foto
Creo que me tomo demasiado en serio lo subjetivo. Y mis objetivos son tan irreales, que parecen subjetivos.

martes, 19 de octubre de 2010

EL TREN CARGUERO

A las tres de la tarde de aquel domingo mi viejo querido llegaba a casa después de un arduo viaje. Lo vi llegar desde lejos, y traía a su lado una bicicleta casi nueva. Me miró con una sonrisa ansiosa y me dijo:-Es tuya, Lázaro. Cuidala que es para hacer los mandados.- Yo no cabía en mi asombro, era hermosa y más aún ahora que ya me pertenecía. Tardé quince minutos en admirarla por completo, más de lo que tardaría en admirar un cuadro de Picasso. Y en otro cuarto de hora la lavé, engrasé la cadena, verifiqué los frenos, probé su velocidad, me peiné y ya estaba listo para el primer mandado:- Andá hasta la panadería de Doña Estela y traeme el pan de salvado que haya. Pero andá y volvé rápido.-
La panadería de Doña Estela quedaba bastante lejos. Para llegar debía cruzar el puente del Rio Salado, las vías del tren carguero y la Base Aérea de Álvarez Macino. Un viaje que nadie quería hacer pero que yo exigía con avidez para estrenar mi nave.
El puente era bajo y angosto, lo crucé a toda velocidad, parecía pisar el agua. Al llegar al cruce de las vías un tren estaba decidido a quedarse varado en medio de mi camino, empedernido a no moverse. Para seguir mi ruta debía escoger entre dos opciones: rodear los ciento ocho vagones o pasar por debajo de él. Miré a un lado, miré al otro, y tanto verde de vegetación me guiñaba el ojo como diciendo "a ver si te atrevés a pasar por acá". No lo lograría, menos aún con la bicicleta a cuestas por no ensuciarla y además tardaría una hora aproximadamente en llegar al otro lado. Decidí crucar por abajo, con la precaución de no quedarme sobre la línea de la vía por más de un segundo por miedo a ser mutilado. Acosté la bici al lado del tren y me metí yo primero, que por ley, sería mejor en este caso tirar de ella y no empujarla. Tomé una rueda y jalé hacia mí hasta que conseguí que ambos estuvieramos bajo el tren. Así fácil y entero entré, así fácil y entero debía dalir. Pasé por encima del segundo riel en menos de un suspiro, pero pareció ser medio día de duración. Finalmente saqué mi cuerpo y mi alma de abajo de la máquina de cortar carne, y jalé una vez más la bicicleta. Por un segundo creí que el tren se movía, y lo confirmé cuando vi mi nueva y limpia bicicleta retorcerse y y gritar bajo la rueda de acero.
Haciéndo cálculos, entre admirarla, lavarla, y mi primer viaje... mi bicicleta nueva me duró cuarenta y cinco minutos.