La vida campestre resultó ser más incómoda para mí después de todo. No pienso contarte sobre las gallinas ni las vacas, porque no es precisamente eso lo que me llevó a escribir esto. Una noche muy oscura cayó para mí la primera vez que fui al campo. Dadas las condiciones, mi idea era dormir temprano. No había televisor, las estaciones de radio sonaban a lluvia y tampoco había instalaciones eléctricas como para tener luz, aunque sea. Con lo único que contaba era con los fósforos, una vela y un libro, todo sobre la repisa que estaba a un metro y medio de altura sobre mi cama, por si escuchaba ruidos extraños durante la noche. Preguntame para qué puse la vela ahí.
Ya acostadito y listo para dormir, empecé a molestarme. Los perros que Don Antonio había dejado como herencia a Doña Marta comenzaron a ladrar con euforia. Afuera, solo animales de granja que para ellos ya eran conocidos. Dentro de ese cuarto ni veía nada.
Los perros hicieron un silencio lúgubre tan concentrado que mis oidos se transformaron en un zumbido constante. De la nada saltó un recuerdo terrorífico de una carcajada. Siempre había sentido miedo a la risa de Don Antonio, tanto miedo que cuando murió sentí un alivio. Fue catastrófico el sonar de la puerta, que se abrió con un ruido sordo y se cerró impactando como un disparo de bala. Me acordé de todos los santos y recé a velocidades extremas. Calculé que Dios no me había entendido lo que hablaba, porque los sucesos continuaron.
La oscuridad aún gobernaba, e incluso así sentía la presencia de alguien que me acompañaba. Sentí que se sentaba en el borde de mi cama y respiraba bajito, casi imposible de escucharlo. Intenté levantar el brazo para tomar los fósforos, pero el miedo me superaba y fue imposible hacerlo. No me movía, nisiquiera para respirar. Deseaba quedarme dormido o morirme, cualquier cosa que me sacara de ahí. Los nervios me taladraban el cuerpo, y quizás por eso di una patada eléctrica a la nada y ese cuerpo se movió. Quise gritar y no pude. Traté de luchar contra el pánico y dí un manotazo. Un maullido sonó y mi alma se calmó. Prendí la vela temblando y me di cuenta de todo: era ese gato hijo de puta.
A la tarde siguiente fui a la casa del vecino para ayudarlo, ya que éste estaba muy viejito y ya no le daban las fuerzas, y una vez caida la noche tomé mi bicicleta y partí rumbo a casa. En cuanto salí el perro me siguió unos metros y luego volvió. A poco de andar, me crucé con un hombre que, dado a la dencidad de la noche, reconocí cuando me saludó. Era el hermano de Don Antonio, que creí muerto ya que hacía mucho tiempo que no veía. Con una sonrisa dijo:-Ave María Purísima.- a lo que contesté:-Sin pecado concebida.-(Saludo campestre). Fue gracioso verlo con la camisa al revés, y me dí vuelta para verlo nuevamente, pero él ya no estaba.
La distancia entre cabaña y cabaña era de más o menos ocho kilómetros, y en bicicleta tardaba dos horas aproximadamente. Esa noche tardé tres minutos.
Nunca más volvería a salir de noche, y poco tiempo después decidí nunca más volver al campo.
3 comentarios:
Dicen que en el campo es donde se dan los sucesos paranormales. Me dio esa sensación, esa cosita, esa cosquilla en la panza de cuando está todo oscuro y sentís cosas extrañas, o sólo te las imaginás, y no querés ni pestañar. Muy buena la historia!
No entendi tu comentario. Porke eso de si no pense en leer un libro? para ke?
Sigo siin entender xD Nu importa sha fue.. jaksjk..-
Publicar un comentario